Olvidé la Regla de Oro

Saber y practicar: dos acciones diferentes. Esto se puede comparar con el refrán que dice: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”. La certeza de saber algo no significa que lo practicamos. Siempre desconfío (cosas de la naturaleza humana) de los cristianos (as) que tratan de presentar ante los demás un aura perfecta sobre su cabeza; de esos que se afanan por mostrarse como la esencia de la santidad. Pero a través de un simple detalle compruebo cómo lo carnal y lo espiritual se enfrentan a cada instante. Digo esto porque hace unos días, mientras caminaba hacia mi trabajo, miré a una anciana que lentamente transitaba con una mochila sobre su hombro y una bolsa en una de sus manos. Su figura me recordó al jorobado de Notre Dame. Era fácil notar lo pesado de su carga. Al pasar cerca de ella me dijo: “Ayudame, que llevo botellas de miel y pesan”. Sonreí. Seguí caminando y respondí: “Llevo prisa, voy tarde al trabajo”. La anciana quedó atrás con su paso lento y su carga.

¿Con la sonrisa justificaba mi respuesta negativa? ¿Y la regla de oro? ¿Y lo que dijo Jesús sobre darle al que te pida? ¿Cuánto tiempo podría haber “perdido” en ayudarle? ¿No me convertí en cómplice de quienes al ver la necesidad del Samaritano pasaron de lejos? ¿Y si hubiera sido mi madre o mi abuela? ¿Dónde queda aquello de hacer el bien no solo a los conocidos, sino también a los extraños? Después sentí vergüenza pues comprobé cómo los afanes ahogan la sensibilidad del corazón. ¿Esas pequeñas situaciones son las que Dios pone frente a mí para examinar mis cualidades cristianas? Entonces perdí una gran oportunidad.

Es fácil cuidar mis intereses, lo difícil es despojarme de ellos y trabajar por los del prójimo.

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