Sermones para dormir

Algunos hermanos que predican parecen ignorar al público. Se paran tras un púlpito y hablan como si nunca más disfrutarán de esa habilidad. Su sermón se convierte en un extenso y aburrido monólogo (es como si predicaran para sí mismos y no para los demás). Es cierto, y quizá algunos de mis hermanos predicadores se enojarán, pero buenos y sinceros hermanos no siempre dan buenos sermones. He visto a muchos cristianos y cristianas dormir durante la mayor parte de un sermón. Y es fácil juzgarles de personas de poca fe por no poder escuchar un mensaje durante una hora. Sin embargo, ¿se ha preparado usted hermano predicador para hablar por una hora? ¿Posee la habilidad de mantener el interés de la congregación durante 60 minutos?

Creo que es importante reconocer nuestras limitaciones. Los manuales y libros acerca de la preparación de sermones aconsejan que lo ideal es un mensaje de treinta minutos. Pero he visto un síntoma entre algunos evangelistas y líderes que usan el púlpito: creen que limitar el sermón a treinta minutos es demostrar poco amor por la Escritura. Me molesta que estos mismos hermanos se preparan muy poco para la importante misión de alimentar espiritualmente a los hijos de Dios. Luego de media hora de predica, la mayoría de los oyentes dejan de seguirles y se ocupan de otras cosas.

No comparto limitar a quienes predican y exigirles sermones de 30 minutos exactos. Si alguno tiene la capacidad para hablar durante una hora y sostener vivo el interés de la congregación ¡qué bien¡ Pero, ¿por qué muchos sermones adormecen? Quizá el predicador no tiene un plan definido, va de un lado hacia otro y confía en la “inspiración” del momento. Finaliza su mensaje y uno no sabe cuál era su propósito.

Mi hermano, si usted tiene el privilegio de predicar en público, con respeto y amor en Cristo le ruego pensar en esto:
  1. Observe al público. Hasta el cansancio me he preguntado por qué algunos predicadores persisten continuar sus largos y cansados sermones cuando parte de los hermanos bostezan, dejan de abrir la Biblia, leen algún boletín o folleto, permanecen con la cabeza reclinada sobre sus asientos o conversan entre sí. ¿Acaso el predicador no los observa? ¿No son señales que deben alertarle?

  2. Tenga un plan. Hasta el más desordenado planifica. La predicación no es la excepción. Si su sermón tiene un plan los oyentes lo sabrán. Uno siente cuando es llevado por un hermano que ha planificado su mensaje. También cuando un predicador habla sin una meta definida.

  3. ¡Siga el plan! Hay predicadores que organizan un buen plan, pero en el camino se les ocurre una idea y se desvían. A los diez minutos vuelven a la ruta planificada, pero muchas veces esos desvíos desorientan al oyente, y aun al predicador.

  4. Respete el tiempo de sus hermanos. Debo reconocerlo, por respeto en varias ocasiones no me he levantado y abandonado la reunión. Y es que esas ideas me pasan por la mente al escuchar sermones donde se nota la irresponsabilidad del predicador y su falta de respeto por los cristianos interesados en alimentarnos con la palabra de Dios. No acepto que un predicador exija que una congregación lo escuche durante una hora cuando su sermón es como un barco sin rumbo definido.

  5. Mucho no significa provechoso. Hay predicadores que parecen creer que la lectura de 40 versículos equivalen a un excelente mensaje. Podría ser si son parte de un sermón muy bien preparado. Pero en la mayoría de los casos prefiero diez versos explicados con calma y que en verdad respondan al propósito del sermón.

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