Anunciar a Cristo con o sin salario

Pablo pintado por Rembrandt


Cuando Pablo escribió a los cristianos de Filipo (Carta a los Filipenses) les dijo: "He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para padecer necesidad" (Filipenses 4:11-12). Está hablando un hombre que ha dedicado su vida a la predicación del evangelio de Jesús. Con salario o sin salario, Pablo estaba comprometido con el anuncio de las buenas noticias de salvación (1 Corintios 9:16).

Es cierto que Pablo recibió ayuda económica de la hermandad en el primer siglo, pero también es cierto que -en los tiempos de escasez- trabajó para obtener lo necesario y seguir con su vida. Alguien podría objetar que Pablo era soltero y no tenía los compromisos de un casado. De acuerdo. Un evangelista casado debe cumplir responsabilidades extras a las de un soltero. Pero eso no cambia su compromiso -con salario o sin salario- de entregarse a la causa de Cristo. Quizá debemos reconocer que hemos extraviado el camino: predicar el evangelio es un privilegio y no un simple trabajo que, cuando ya no recibe recompensa económica, puede olvidarse.

El apóstol era un intelectual (recordemos su formación a cargo de Gamaliel), pero eso no impidió que trabajara con sus manos construyendo carpas. En Corinto Pablo trabajó en la fabricación de tiendas junto con Priscila y Aquila, pero también predicaba el evangelio (Hechos 18:3-4). Ese oficio le ayudó a ganarse el sustento. En la segunda carta les recuerda a los Corintios que mientras vivió entre ellos evitó a toda costa serles una carga en cualquier sentido. Hermanos de otras iglesias lo ayudaron y también él mismo se ayudó ejerciendo su oficio (2 Corintios 11:8). A los de Tesalónica les escribió que mientras estuvo entre ellos –aunque tenía derecho a pedir ayuda- no lo hizo para ser ejemplo (2 Tesalonicenses 3:8-9).

El hombre de Dios que trabaja (o ha trabajado) como evangelista debe estar capacitado para funcionar con o sin salario. Y si es necesario –con tal de no agravar a las iglesias- ganarse la vida por medio de un oficio. No me opongo a que un hermano reciba salario de alguna iglesia para laborar como evangelista, porque la Escritura lo autoriza. Lo que no comparto es que algunos hermanos no funcionan si no se les inyecta un salario. En palabras de Cristo, se convierten en asalariados. Una vez que dejan de recibir salario, abandonan a las ovejas (Juan 10:12-13).

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